En toda historia que se precie siempre hay dos versiones o dos puntos de vista diferentes, y yo quiero contaros todos así que hoy vengo con el otro lado, el de mi pequeña, la que, realmente ha tenido que cambiar su alimentación y hábitos para no ponerse enferma.
Mi mamá se enfadaba y preocupaba porque no quería merendar y, mucho menos cenar, pero es que me dolía mucho. No se qué me pasaba pero por la mañana me levantaba con hambre y desayunaba muy a gusto y comía todo lo que me pusiera (casi siempre hecho por la yayi que cocina de perlas) pero luego me venían muchas molestias y dolores y, para mí, la comida se convertía en un verdadero suplicio. Me negaba a comer.
La única manera de decirles que me pasaba algo era llorando, aún no sabía que podía hablar y, pobrecitos mis padres, ellos creían que me dolía la boca y no era así, a mí me dolía la barriga y quería gritárselo para que dejáramos todos de sufrir pero no me salían las palabras.
Ella os contó en la primera parte de Historia de una niña APLV cómo fue el proceso y no os lo voy a volver a repetir. Sólo os puedo decir que cuando descubrieron que la comida me hacía daño mi vida cambió. Para bien y para mal pero más para lo primero.
Tuve que adaptarme a muchos cambios. Dejé de comer cosas que hasta ese momento me gustaban y mucho. No sabéis lo que he echado de menos las patatas fritas con sabor a jamón (sí, vale, no son lo mejor para comer pero era vicio lo que tenía por ellas). Tuve que acostumbrarme a preguntar siempre a papá o mamá si podía probar lo que me ofrecían otros mayores. Me acostumbré a tener siempre una merienda diferente a la del resto de mis amigos en los cumpleaños y no podía comer con mis primos, lo mismo que ellos, porque no estaba adaptado para mí. Pero tampoco me importaba mucho porque sabía que luego no iba a tener dolor, bueno, algo sí que me importaba porque no quería ser diferente pero sólo pensar en cómo iba a estar después…
En la escuela también tuve que adaptarme a no comer lo mismo que mis compañeros en las fiestas, pero solo al principio, porque luego siempre traían comida pensando en mí y eso me gustaba mucho. Me da mucha vergüenza decírselo en persona así que aprovecho ahora para darles las gracias a todos los papis de mi clase por ser tan majos.
¿Qué es lo que me gustaría más en este mundo? que no tuviera que sentirme como un bicho raro en muchas ocasiones de la vida cotidiana por tener este problema con la leche (me enteré más tarde que lo que me sentaba mal era la leche), que hubiera más sitios a los que poder ir con mi familia sin tener que llevarme la comida en el termo (odio la comida recalentada y tiene muy buena pinta la que les ponen a ellos en los platos). Me gustaría que mamá no tuviera que estar tan pendiente de mí por si como algo que no debo -Mamá soy muy responsable y se que no debo coger nada de otros por si acaso.- Y desearía que todos fueran un poco más conscientes de los riesgos que corremos los alérgicos y sintieran un poco más de empatía (toma ya el palabro que me he marcado 😉 )
¿A qué sería fantástico poder cumplir el deseo de mi pequeña? Ojalá algún día pueda decirle que ya es una realidad y que el contar su historia ha ayudado a que se haga posible.
Ésta niña es una campeona. Lo importante es no comer lo que sienta mal y tener mucho cuidado, supongo.
Sí, en nuestro caso básicamente es eso. En grados más altos de alergia hay que tener muchos más cuidados porque pueden reaccionar incluso al contacto 🙁
Aysss, pobrecilla. La verdad es que al final, por mucho que para los padres sea un reto esto de las alergias alimentarias de los niños, los que peor lo pasan son ellos… Y a la vez, los que mejor se adaptan a la situación.
Feliz día!
Sí, ellos son en realidad los que lo sufren y los que tienen que llevar un dieta distinta. Pero son conscientes de los peligros y se cuidan muy bien de no sufrirlos 😛