
Hacía ya mucho tiempo desde que escribí mi último post. Y lo echaba de menos. Os echaba de menos. Aunque es cierto que hay ocasiones en las que se vuelve necesario hacer un alto en alguno de nuestros caminos para poder tomar distancia; para levantar la mirada y poder disfrutar sin distracciones del momento en que vivimos, de la naturaleza incluso y, sobre todo, de la gente que nos acompaña en él. Y retomar luego la marcha con dosis extra de positivismo, sacando el lado positivo de las cosas, con una gran sonrisa dibujada en nuestro rostro desde primera hora de la mañana y siendo lo más parecido a una misma que podemos. Porque lo único importante es no rendirse; vivir injusticias y levantarse; sentir que no puedes más y, sin embargo, seguir avanzando. El primer paso no nos llevará hasta donde queremos ir, pero, sin duda, nos saca de donde estamos.
No hace mucho, leí esta frase en el Instagram de una amiga, Carmen, autora del blog “No soy una Drama Mamá”: “no eres lo que logras, sino lo que superas. Muchos pueden llegar al mismo sitio, pero no todos habrán tenido el mismo camino para llegar a él”. Y es que este 2017 no ha sido el mejor de los años para muchas de nosotras. Pero ¡ya está! Ya le hemos dado por fin carpetazo y también a muchos malos momentos vividos en él. En mi caso, este último año he tenido que enfrentarme a una separación y a dos operaciones más de mi pequeña; a buscar casa para mí y mi niña y un trabajo que pagara las nuevas facturas; a tener que luchar incluso por mi derecho a la privacidad. Me ha llevado meses y puede que aún me lleve años. Pero, en esta pausa, he encontrado ese lugar tranquilo, ese espacio en el que puedo ser yo misma y donde puedo empezar a dedicarme tiempo a mí, a cuidarme y a recobrar fuerzas. Donde he podido detenerme a afilar mi sierra, para volver con las herramientas a punto y empezar a crear momentos felices; para empezar a caminar de nuevo, despacio, sin prisa. Porque la motivación nos viene de serie: somos madres. Y, creedme, no pienso rendirme.
Mi reflexión aprendida día a día
Dicho todo esto, y como nuestro prólogo es nuestro propio pasado, quiero compartir con vosotras una reflexión. Una reflexión que toma hoy forma de confesión y con la que también pretendo haceros un bosquejo del escenario que me impulsó a hacer los primeros cambios hace ya algún tiempo. Pero con la que espero además dar visibilidad y transmitir el dolor, la indefensión y la angustia que, por desgracia, sigue produciendo la #lacramachista.
Y es que, antes que madres, somos mujeres. Mujeres que, como yo, pueden un día cruzarse en el camino con un hombre que, de pronto, se crea Dios. Que se crea con el derecho a colgarte la etiqueta de turno; a jugar a hacerte pequeñita; a pillarte incluso un día en plena calle y lesionarte el cuello y ennegrecer tu espalda a base de patadas. Y ¿qué sucede entonces? Que entonces no cabe el perdón, y tampoco la pena. Que tenemos que tener más presente que nunca nuestra propia esencia y correr a nuestro rincón: pasos y refugio.
Puede que hayan sido los dolores que he sufrido estas últimas semanas, o los recuerdos, o una mezcla de todo ello, lo que, desde mi rincón, hace que hoy tenga muy presente el lema de Laura, de Malasmadres: “nacidas para luchar y sonreír”. Y que tampoco esté dispuesta a abandonar algo que realmente me apasiona, escribir, o a pasar una sola noche en un sofá esperando un jarro de agua por encima, por haberme acostado antes con el pelo húmedo en la cama.
Hoy, más que nunca, os digo:
– No paséis un solo día sin sonreír, ¡aunque sea un segundo!
– Salid a conocer lo que hay fuera de vuestra zona de confort y ¡disfrutar de ello como lo harían vuestros niños!
– Dadle a cada día la oportunidad de ser el mejor de vuestros días, atesorarlo bien y llorar mucho, pero que sea solo de risa
¿Qué mejor momento para un nuevo comienzo que ahora? ¿La magia? La magia se crea sola. Porque, de pronto, algo se desata y simplemente sucede. Cuando dejamos de perseguir las cosas equivocadas, las que nos dañan y nos alejan de lo que somos, la correcta llega y nos atrapa. Lo hace por casualidad, en el momento y lugar adecuados para sorprendernos, y nos sujeta tan tan fuerte que nunca nos dejará caer.
Solo puedo decirte que me alegro de que hayas sabido salir a tiempo.
Mucho ánimo
idem 🙂